Una agradable sorpresa me ha producido el
visionado de este Western tardío de los setenta con un tono casi
semidocumental (nostálgicas fotografías en blanco y negro de los títulos
iniciales) a través de las andanzas de unos cowboys desarraigados y las
adversidades que sufren a lo largo de su itinerario con el traslado del
ganado. Supone un claro homenaje a los códigos del género y, en
especial, al clásico de Hawks, Río Rojo (hay guiños al comienzo de su
andadura, la estampida o a ese simpático cocinero que recuerda a Walter
Brennan) pero narrada de una manera más austera y seca. También, están
presentes las influencias de Sam Peckinpah en sus secuencias de tiroteos
acompañadas de una violencia muy particular pero sin el recurso extremo
de la cámara lenta.
Por otro lado, el casting es de lo más acertado con la inclusión de
algunos de los mejores actores característicos que ha dado el género en
esos años (Geoffrey Lewis, Luke Askew y Bo Hopkins, entre otros) que se
adaptan a la perfección como prototipo de hombres del Oeste por su gran
fisicidad. En este sentido, muy logradas son sus indumentarias vaqueras
donde se respira ese ambiente cotidiano y sucio del trabajo de los
cowboys.
El estilo narrativo es muy deudor de otros Westerns rodados durante esa
década (Monte Walsh sería otro claro ejemplo) donde se subraya el
desencanto y el ocaso de unos hombres solitarios y lacónicos que llevan
lo mejor que pueden sus vidas rutinarias contando historias de
supuestos amoríos con mujeres atractivas. Los diálogos desprenden
autenticidad y en ningún momento se subraya en exceso sus emociones.
Interesante el personaje protagonista que lleva a cabo un joven Gary
Grimes, casi recién salido de su gran éxito de Verano del 42 de Robert
Mulligan, como ese ingenuo agricultor que se quiere comer el mundo,
uniéndose a ese grupo de ganaderos. A lo largo del camino y después de
muchas contrariedades, comprobará que no todo era tan plácido como
esperaba.
Destacar el notable acabado técnico de la película, acompañada de una
fotografía excelente con diferentes tonalidades cromáticas (brillantes
algunos planos de atardeceres o esa nocturnidad tan marcada) así como
una dinámica banda sonora compuesta por Jerry Goldsmith.
El mayor inconveniente de este recomendable título es que la parte final
da la sensación de estar como inacabada con un desenlace precipitado,
de dudosa moralidad y que no va en sintonía con el resto de la historia.
Sin duda, esperas una conclusión más redonda aunque se agradece la
sobriedad y una duración apropiada.
Un Western a reivindicar de la década de los setenta que merecería ocupar un lugar importante dentro de género.
Antonio
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