La filmografía de Jaime Camino está marcada
por la Guerra Civil española, pues a ella dedicó varias de sus obras,
ésta es una de las más interesantes donde detalla los últimos días de la
conspiración, la que se fraguó entre el 4 y el 19 de Julio de 1936.
Esta vez por encargo de TVE en el 50 aniversario de la sublevación
militar. Gracias a un soberbio guión del cineasta junto al historiador
Román Gubern y el asesoramiento del especialista en el tema, el
hispanista Ian Gibson. Se intenta en todo momento una cierta objetividad
de la trama sin ocultar la naturaleza de la gravedad que se nos cuenta.
El actor Rafael Alonso nos aporta la mirada lúcida del periodista y
analista político, mientras también aparece el asesinato de José Calvo
Sotelo líder del Partido Conservador.
En este contexto “Dragon Rapide” aporta una interesante perspectiva no
sólo insólita, sino además decisiva en la configuración de un hipotético
puzzle cinematográfico sobre la Guerra Civil. Habían pasado 10 años
desde la muerte del dictador y su figura seguía siendo inédita como
protagonista en un film de ficción, tanto por la dificultad de
transmitir su compleja personalidad a la capacidad expresiva de un
actor, como por el tabú político que seguían rodeando el análisis en
profundidad de los símbolos más elocuentes del franquismo. Juan Diego
realiza una excelente composición para encarnar la figura de Franco,
apoyándose en documentales sobre el personaje, incluyendo sus gestos y
el tono de su voz. El cineasta muestra al personaje en la intimidad, en
la cotidianidad, con sus ideas políticas muy definidas, pero también,
destacando la inseguridad de un hombre pusilánime y apocado,
desmitificando la imagen del dictador creada por el propio régimen, como
un caudillo enérgico y resolutivo, cuando en realidad hasta el último
memento tuvo serias dudas para situarse al frente del ejército rebelde.
Por supuesto, no se trata de una biografía del personaje, sino que
recurre a una hábil estructura donde el enfrentamiento dramático con
Franco deviene poco menos que ineludible. El título del film ya indica
que el protagonista es el avión De Havilland que transportaría al
general insurgente desde Canarias a Marruecos en el acto decisivo e
irreversible que daría pie a la rebelión militar. Él es, en efecto, el
eje de una narración subrayada cronológica y geográficamente que recorre
cada uno de los diversos escenarios históricos: desde Londres donde el
corresponsal de ABC Luis Bolin (Santiago Ramos) contrataría el avión
hasta Casablanca, una implacable trama sobre la que giran elementos
económicos de financiación a cargo del banquero Juan March, pactos
políticos como el del general Mola con los Carlistas, hasta la
sublevación de Canarias.
Y lo que me pareció más humano y conmovedor es esa alegórica preparación
paralela a los acontecimientos, la de los ensayos de la 9ª Sinfonía de
Bethoveen a cargo del maestro Pau Casals en el Palau de la Música
Catalana, con ese fraternal “Himno a la alegría” de su último movimiento
coral, cuyo rigor histórico está asegurado. Fecha a fecha y cambiando
constantemente la localización para recoger el testimonio de las
diversas fracciones implicadas, el film explicita elocuentemente su
voluntad de ceñirse históricamente a los acontecimientos y diálogos
aproximados. Sin embargo, su condición de ficción histórica no le exime
de una puesta en escena de voluntad naturalista permitiéndose algunas
incursiones en el terreno de la ficción, anécdotas que aligeran los
duros acontecimientos que aborda. Aunque cuando mejor tono adquiere el
film, es su desparpajo para el tratamiento subjetivo de escenas como la
discusión de alcoba entre el Generalísimo y su esposa (Vicky Peña),
psicológicamente travestida como Lady Macbeth, aconsejando sobre las
responsabilidades de la insurrección.
Antonio Morales
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