Augusto M. Torres: Diario El País
Me resulta imposible comprender cómo una
película de este calibre esté tan olvidada hoy en día. “Tras el cristal”
no es sólo un excepcional drama que reflexiona sobre las consecuencias
de la guerra, también es una monstruosa representación del terror
psicológico más puro e incomprensible nunca antes vista en un film de
producción nacional.
En un arranque que es toda una declaración de intenciones nos
encontramos con un niño desnudo, colgado del techo y atado de pies y
manos mientras es fotografiado por un hombre de lasciva mirada y
pérfidas intenciones en un edificio en ruinas. Acto seguido el hombre
deja la cámara, se acerca al muchacho y comprueba que éste aun sigue
vivo, le pasa la lengua por la cara y sale de la habitación. Sube las
escaleras, llega al tejado y se precipita al vacío.
Más tarde, el mismo hombre lo encontramos postrado en la cama, inmóvil,
sólo un aparato de parálisis le permite seguir con vida. Poco a poco nos
enteramos de que se trata de Klaus, un doctor ex-colaborador del
antiguo régimen nazi recientemente exiliado en España. Junto a él se
encuentran su esposa, agobiada por la vida de semiesclavitud que le ha
tocado vivir, y su hija pequeña, solitaria e introvertida.
Una noche, sin saber cómo ni cuándo, se cuela en la casa un extraño
joven que dice ser enfermero. Se ofrece a cuidar a Klaus y a pesar de
las reticencias iniciales de la mujer, la insistencia de su marido por
que lo acepte acaba por imponerse. Hasta aquí puedo contar.
Agustí Villaronga sabe dar reposo a una historia terrible, que habla de
locura y venganza, de ambición y desprecio por el ser humano, todo esto
contado con los horrores de los campos de concentración como telón de
fondo. Relatos inconfesables sobre horribles torturas y ejecuciones que
se narran mediante una voz en off que repasa los diarios del doctor y
dota de una mayor dimensión al horror que estamos presenciando.
“Tras el cristal” no esta hecha para corazones sensibles y estómagos
débiles. Posee escenas tremendamente desagradables y en más de una
ocasión dan ganas de apartar la mirada de la pantalla.
No quedan del todo claras sus intenciones argumentales, y el film se
mueve entre el drama y el terror con calibrado equilibrio. La obsesión
del joven intruso, limítrofe a la locura, alcanza una proporción
inimaginable en un principio y que ciertamente desconcierta hasta al más
avispado.
Villaronga sorprende por su crudeza y se recrea en ella casi con
desconsideración y descaro. También proyecta una atmósfera tensa,
desasosegante, que congela el ánimo y perturba el espíritu del
espectador. Una sensación que haría morirse de envidia al mismísimo rey
del terror más psicológico e inexplicable, Michael Hanecke.
William Munny
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