En una entrevista a Dario Argento, el director
italiano reconocía haber tenido un impulso vengativo a la hora de
afrontar su nueva película, ‘Opera’. Y no es para menos. Al director de
‘Suspiria’ no le dejaron dirigir la ópera de Verdi ‘Rigoletto’ por
razones conservadoras, hecho que le obligó a responder de manera
contundente: un film que tiene lugar en un gran teatro, donde un famoso
director de cine de terror dirige otra ópera de Verdi, en este caso
‘Macbeth’, y alrededor de la cual se producen una serie de macabros
asesinatos. Argento estaba dispuesto a reciclar sus conocimientos y, de
paso, hacer su film más ambicioso hasta la fecha. Pues “maldito sea el
día en que decidí dirigir esta película”, pensaría el director después
del estreno de su venganza, ya que la cinta no sólo fue un fracaso
comercial y un muñeco vodoo para la distribuidora Orion, sino que
también estuvo envuelta por una serie de infortunios, como toda
adaptación de Macbeth que se precie (agresiones de cuervos, la
caprichosísima Cristina Marsillach, la muerte del padre de Argento
durante el rodaje, la muerte por SIDA del actor Ian Charleson poco
después del estreno, etc).
Pero vayamos al grano; a por las ‘otras’ razones que hicieron de este un
film de culto. Lo primero que nos atrae de ‘Opera’ es el virtuosismo
tanto estético como de la puesta en escena de Argento. La steadycam se
convierte desde el principio en una herramienta omnipresente que pone en
marcha todo un juego de miradas subjetivas. El plano secuencia del
principio, enigmático y extraño, donde la cantante sale inesperadamente
del escenario y se adopta un punto de vista subjetivo contranatural
(vemos lo que ve la espalda del personaje), es un buen ejemplo. Y así,
un puñado de trávelings rebeldes que convertirán el metraje en un
orgasmo visual como pocos (eyaculación incluida). Pero por si no fuera
suficiente, el director romano va más allá regalándonos algunas
secuencias imposibles, como el antológico momento en el que una bala
atraviesa la mirilla de una puerta para perforar el ojo derecho de un
personaje y acabar estrellándose contra un teléfono al fondo de la
habitación. Y todo, en perfecta cámara lenta con vista macro de la bala.
No son pocos los que han criticado la película de Argento por lo plano
de sus personajes y por un guión flojo, con un final que argumentalmente
destroza todo lo que se había conseguido anteriormente. Hasta los
ejecutivos de Orion llegaron a pedirle al director que eliminase la
escena final rodada en los bellos exteriores suizos. Con todo, y dejando
a un lado algunas incongruencias del guión, debemos valorar el final
como la prolongación de un film que hasta el momento había sido
hiperbólico en todos los sentidos, con un desarrollo que no atiende a
los deseos de verosimilitud. Sino más bien todo lo contrario: un viaje
alucinante en steadycam a través de los rites de passage de la joven
Marsillach; que bien podrían tratarse de los del propio Argento como
cineasta…
kakihara
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