Largometraje sobre la vida y obras del
delincuente Santiago Corella, apodado El Nani, y su relación con una
trama de robos a joyerías en la que estaban implicados importantes jefes
de policía de toda España. Desde esta interesante premisa Roberto
Bodegas construye una película que, sin ser nada del otro mundo, resulta
entretenida, más por el atractivo intrínseco de la historia real que
por los méritos artísticos de la cinta, más bien escasos.
La obra, realizada meses antes del juicio a los responsables de la
"desaparición forzosa" de El Nani, trata de ser lo más fiel posible a
los hechos (o eso parece, al menos por lo que he leído en internet sobre
el caso), aunque con, a mi juicio, ciertos elementos que resultan
absurdos. Uno de ellos es la manía del cine quinqui de idealizar al
personaje en el que se centra la cinta con el tópico de "bandido
honrado" y "buena persona en el fondo", cuando al parecer el verdadero
Nani era un ser despreciable que maltrataba a su mujer (aquí la
relación de El Nani con su esposa e hijo es totalmente idílica) y era
capaz de todo por dinero. Esto da lugar a escenas totalmente absurdas
como un breve flashback infantil que parece querer exaltar la dignidad
del personaje.
El segundo elemento un tanto irreal es de naturaleza más bien política.
La crítica a las fuerzas policiales es uno de los objetivos principales
de la película, pero se pretende "suavizar" esta crítica mostrando dos
tipos de policías estereotipados. El primero, el de los "polis malos"
responsables del asesinato del Nani está formado por veteranos de las
fuerzas de seguridad y parecen querer representar los residuos del
franquismo presentes en la Policía Nacional (incluso su apariencia roza
el tópico, peinados hacia atrás, bigotitos recortados, etc.). El segundo
grupo, formado entre otros por el jefe de policía de León, está lleno
de policías idealistas, deseosos de combatir la corrupción, contrarios
al terrorismo de estado, que se reúnen en una sala con banderas
republicanas y fotos de Manuel Azaña y Pablo Iglesias, y (quizá lo más
ridículo) contemplan esperanzados el televisor mientras en la pantalla
aparecen las imágenes de Felipe González, Alfonso Guerra y los nuevos
ministros del PSOE.
Pese a todo, hay que reconocer las virtudes de la película: no aburre en
ningún momento, las actuaciones son decentes (aún no había llegado el
terrible tono de voz susurrante de los actores españoles actuales) y
tiene un trasfondo político bastante interesante. Recomendable para
aficionados al cine de acción o con carga sociopolítica.
Arthur Conan Doyle
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